Me desperté con un gran dolor de cabeza debido a la resaca, me di una ducha y mientras me secaba vi algo que hizo que la toalla cayese de mis manos y los músculos de mi estómago se pusieran en tensión hasta arrodillarme en la taza del water y hacerme vomitar lo poco que había cenado la noche anterior. El diablo sosteniendo el hacha estaba tatuado en mi ombligo. No podía creerlo, pero ahí estaba igual que lo sigue estando hoy en día.
Ese cabrón sabía dónde encontrarme, sabía quién era y podía haberme matado. ¿Por qué no me había matado?.
Fui a la comisaría y le dije al jefe Gutiérrez lo que había ocurrido. Noté la preocupación en su cara, pero me dijo que no podía abandonar.
- He llamado a Rial, el mejor de nuestros detectives, pero está en Nueva York y no podrá regresar hasta dentro de un par de semanas, así que debes aguantar chico. A partir de hoy tienes luz verde para tramitar todos los permisos que necesites y tienes a tu disposición a cualquiera de las personas en activo.
Salí del despacho algo más animado, pero nadie podía quitarme de encima el miedo que me provocaba el saber que el asesino me conocía. Pedí a Raquel que obtuviera información de cuántos hombres llamados Jordi habían llegado en los últimos dos meses.
Mi sorpresa fue que me dijo:- estaba esperando que me lo pidieras.
- ¿Qué?- respondí sin entender bien lo que me decía
- Gutiérrez me mandó buscar esa información el mismo día que conversaste con la madre de la primera víctima. Su nombre es Jordi Hernández Pau, 28 años, natural de Gerona y residente en Vigo desde 1993. Viajó a Brasil el 18 de Julio.
- Todo eso es muy interesante, pero no tiene ninguna validez para el caso.- dije girándome para salir de la comisaría.
- Sam- gritó Raquel- tu amigo llegó a Santiago de Compostela el 11 de Agosto procedente de Brasil en el vuelo de las doce de la mañana con escala en Madrid y alquiló un coche en el aeropuerto que fue devuelto en Vigo a las 14:45 horas.
Me giré hacia ella sorprendido y la interrogué con agresividad -¿dónde está ahora?.
Eso es cosa tuya, hay cosas que no se pueden hacer desde una oficina. - dijo serenamente.
Sonsacarle a la madre de Laura el domicilio de Jordi fue más difícil de lo que esperaba, era como si quisiese ocultar algo, proteger a alguien. Y sin embargo no creía que fuese a Jordi al que protegía, ya que cada vez que su nombre aparecía en la conversación su rostro se tornaba oscuro y el diálogo se convertía en una sarta de improperios hacia él.
Eran las 21:30 horas y me dirigía a la casa de Jordi que se encontraba en uno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad. Sentía que por fin algo empezaba a tener sentido, pero la relación del Gironense con las otras víctimas era incierta. Escuché un aviso por radio que preguntaba por mi localización, miré la radio con miedo y un par de minutos después me dirigía hacía las playas, con la sirena puesta y la adrenalina superando todos los niveles permitidos. Otra chica, pero aún no había muerto. La muchacha vivía en un chalet adosado frente a la playa. Entré en la casa corriendo y, guiado por mis compañeros, subí las escaleras que llevaban al dormitorio. Todos se apartaron al verme llegar. Parecía que las órdenes del jefe habían llegado a sus oídos.
Había algo distinto, la chica está tapada por una sábana blanca empapada de sangre. Pregunté: -¿quién ha llegado primero?. Uno de los de uniforme da un paso adelante y me contesta:- yo señor. Recibí el aviso de que había llegado una llamada pidiendo ayuda, y me encontraba a un par de kilómetros de la zona.
-¿Porqué la has tapado?
- No la he tapado señor, estaba así cuando llegué.
Miré a la chica e intenté tranquilizarla con la mirada, aunque en aquella situación era difícil conseguirlo.
- No hables de momento, te voy a destapar pero no te voy a hacer daño. De acuerdo.- dije con lentitud.
Ella respondió afirmativamente con la cabeza con un gesto lento y cansino.
Retiré la sábana con suavidad y vi que no tenía el tatuaje. Volví a tapar a la chica y me acerqué a ella:
-¿Cómo estás?
- Un cura-. Un hilillo de voz salió de su boca antes de perder el conocimiento.
Me giré gritando, que venga rápidamente la ambulancia y traedme una cura.
- El padre Eneas ya está aquí señor, entró en la casa cuando vio el alboroto.- dijo el mismo hombre con el que había hablado antes.
El padre pidió un poco de tranquilidad y le dejamos sólo para que administrara la extremaunción a la muchacha.
La ambulancia llegó un par de minutos después, pero la chica había muerto. Recuerdo que me coloqué junto a la cama y comencé a hacerle el masaje cardiovascular con violencia. Jamás podré expresar lo que sentí en aquel momento. La chica había visto a su asesino y no me lo pudo decir.
Me senté en el suelo con la cara entre ellas manos y la espalda apoyada en una pared mientras veía como retiraban el cadáver y los especialistas tomaban huellas e intentaban buscar pistas sobre la escena del crimen. Sabía que no iban a encontrar nada, el asesino era muy cauto y no había cometido ningún error hasta ese momento.
El padre Eneas se sentó a mi lado y me preguntó si necesitaba ayuda espiritual. Le dije que todo aquello me estaba sobrepasando, aunque creo que él había tenido ocasión de verlo unos minutos antes.
- No sé cómo una persona humana puede hacer estas cosas Padre, cómo se puede llegar a esto.
- Los caminos del Señor son inescrutables hijo mío, debes ser fuerte y afrontar las cosas con firmeza.- respondió Eneas con una voz que transmitía paz.
- Siento que este mundo se derrumba a mi alrededor Padre, y que no puedo hacer nada para evitarlo. Hecho de menos a mi familia, y este caso me está matando.
- ¿Has leído la Biblia hijo mío?
- No, Padre.
- Pues léela, en ella están todas las respuestas, por muy complicadas que sean. Sólo hay que leer con fe e interpretar las lecturas en cada caso.
Hablar con el Padre era reconfortante, me hizo sentir tranquilo y en paz.... aunque sólo fuera durante unos instantes.
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