Me levanté temprano, aunque ya había amanecido. Era un día fresco a pesar de que no había nubes y el sol brillaba.
Llegué a la comisaría y uno de los policías de la recepción me dio las llaves de un coche que estaba aparcado en la entrada y me dijo que debía empezar a patrullar por las calles y que, si se me necesitaban, sería llamado por radio.
Salí a la calle y me metí dentro de un coche monovolumen que no tenía ninguna señal de ser de la policía. La matricula era la de un turismo normal y lo único que podía llamar la atención era una antena un poco más larga de lo normal situada en el techo. Era un coche de policía camuflado.
Durante varios días lo único que hice fue dar vueltas sin recibir ninguna llamada. También conocí a Vallejo que me tranquilizó diciéndome que aquello era normal y que cuánto menos me llamaran mejor. Eso quería decir que no había pasado nada fuera de lo común.
En aquellos días me sentí frustrado porque, notaba un enorme contraste entre la tranquilidad en la que me encontraba inmerso con la tensión y crispación que se vivía en la comisaría. Algo gordo estaba pasando y yo, quizá por ser el novato, estaba al margen. Me sentía como el becario al que no le cuentan nada, pero en breve eso iba a cambiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario