lunes, 10 de enero de 2011

Capítulo 22 - Jueves 22 de Septiembre

A las 11 de la mañana entregué dos folios con preguntas al especialista en interrogatorios que habían mandado de Madrid. Jorge Santafé era un psicólogo de gran reputación que se había enfrentado dialécticamente con los grandes asesinos de los últimos diez años en España y el resto de Europa.

Detrás de un falso espejo, el jefe Gutiérrez, Vallejo y yo escuchamos el interrogatorio.
- Muy bien, ¿Cuál es su nombre?
- Jordi Hernández Pau
- Oh, somos tocallos.¿Edad?
- 28 años
- ¿Lugar de nacimiento?
- Gerona
- Dígame los motivos por los que vino usted a Vigo.
- Por trabajo – respondió Jordi bajando la cabeza
- ¿Está usted seguro?
- Si, claro que lo estoy –contestó molesto.
- ¿Porqué mató a las chicas?
- ¡Yo no he matado a nadie!
- Pero Laura murió porque decidió abortar el hijo que llevaba dentro, y ese hijo era suyo.
- Si, el niño era mío. Pero ella abortó porque la presionaron sus padres. Yo quería que tuviera el bebé y que fuéramos una familia.
- Claro, y por eso la mató.
Jordi bajo la voz como si un cansancio enorme no le permitiese extraer más aire de sus pulmones y dijo:
No me van a creer ¿verdad?. Diga lo que diga no me van a creer. Los tipos como yo siempre acabamos así, para nosotros no hay otra alternativa.

Jorge salió de la sala que por su color y sencillez parecía la habitación de un hospital y se dirigió al cuarto de al lado donde estábamos esperando ansiosos por saber qué conclusiones había sacado de su, sorprendentemente, escueta charla.

El psicólogo abrió la puerta con cara de preocupación y nos dijo:
- Esta persona está muy cansada, ha viajado toda la noche y apenas ha dormido en los últimos días. Seguiremos el interrogatorio por la tarde.

Giró sobre sus talones y salió de la habitación, pero antes de cerrar la puerta dijo: - Esta tarde lo confirmaré, pero creo que se han equivocado de hombre.

Gutiérrez y Vallejo parecían tranquilos a pesar de lo que acababan de escuchar, sin embargo, a mí me inquietaba muchísimo haber condenado públicamente a un hombre inocente.

Me fui a comer solo, intentando controlar mi nerviosismo y relajarme un poco. Antes de ir a la comisaría decidí dar un largo paseo, que me llevó, sin darme cuenta, a las puertas de la iglesia del padre Eneas. Entré por una pequeña puerta de madera recortada en otra del mismo material, pero de gran altura. Nunca me había interesado el arte, pero me parecía una iglesia de perfil románico.

Dos filas de grandes asientos se extendían de atrás a adelante y una enorme imagen de Jesucristo coronaba la escena.

El lugar estaba desierto, así que decidí sentarme y disfrutar del silencio y del olor a incienso quemado. Nunca me habían gustado las misas con ese continuo levantarse y sentarse y repetir siempre lo mismo hasta que llegaba un momento en que tan sólo eran palabras que se decían por inercia. Sin embargo siempre había disfrutado de la iglesia vacía, del ambiente de espiritualidad y recogimiento que se siente.
-¿Buenas tardes?
Me levanté sobresaltado y me giré para ver al padre Eneas que se había acercado silenciosamente por detrás. Mientras intentaba saber si mi corazón seguía en el sitio le contesté.
- La verdad es que no muy buenos padre. Hemos cogido al presunto asesino de las chicas, pero ahora no estoy tan seguro de que sea él.
- Hijo mío, dudar es de sabios, pero El Señor está siempre a nuestro lado dirigiéndonos, dándonos señales para que tomemos el camino correcto. Escucha a El Señor y no te equivocaras.

La voz del padre Eneas me volvió a reconfortar. Empecé a pensar de la posibilidad de escuchar alguna de sus misas.
- Gracias padre, sus palabras hacen que me sienta mejor.
- Me alegro- respondió con un ligera sonrisa en los labios. – Ahora debo irme, los lunes y los jueves ayudo en una asociación de niños autistas.
- Buenas tardes y gracias- le dije al padre mientras vi como se alejaba.

Me quedé sentado en el banco y sentí una corriente de aire cuando el padre abrió la pequeña puerta, así que metí las manos en los bolsillos de mi cazadora y toqué algo. Saqué un sobre, en el estaban las fotos del asesinato de la tercera víctima. Allí estaba, indefensa y sorprendida. Y allí estaban las letras “DIC”. Según todos los indicios se refería al whisky que bebía con asiduidad Jordi, pero esa hipótesis sólo tenía peso en la cabeza de los jefazos que obligaban a Gutiérrez a cerrar el caso lo antes posible, aunque fuera con un cabeza de turco. A esta gente, la de las altas esferas, no les importa el bienestar del ciudadano, sólo quieren dar una imagen de solvencia para continuar en sus cómodos sillones.

¿Qué era realmente DIC?. Me dejé caer sobre el respaldo y diciendo: - Ayúdame Jesús, Ayúdame señor…- sentí que el sueño de la sobremesa me vencía.

Me desperté embriagado por el olor a incienso y al mirar el reloj me di cuenta de que llegaba tarde al interrogatorio, así que recogí las fotos que se habían caído quedando esparcidas por el suelo.

Salí de la iglesia corriendo por el pasillo central mientras me santiguaba cumpliendo el rito sagrado y diciendo: - ayúdame Jesús, ayúdame Señor, ayúdame Dios.- entonces una sensación extraña recorrió mi cuerpo y me giré para ver la imagen que se alzaba omnipotente frente a mis ojos. Mi mente y mi alma se estremecieron mientras mi voz temblaba diciendo: - ¡no puede ser!

Al llegar a la comisaría me encontré con el jefe Gutiérrez que me dijo - ¿por qué llegas tan tarde?, acaban de llegar los jefazos de Madrid para escuchar el resto del interrogatorio y hablar contigo sobre el caso y el acusado.
- Ahora no puedo acudir al interrogatorio señor, debo…-
Sin dejarme terminar de hablar el jefe me dijo- cualquier cosa puede esperar, vamos a la sala de interrogatorios inmediatamente,
-Pero…
- Sam es una orden – dijo Gutiérrez mientras señalaba con el dedo el pasillo por el que debíamos ir.

-Buenos días caballeros, ¿un café?
Dos hombres, uno de mediana estatura y completamente calvo y otro mas alto y de gran corpulencia esperaban dentro de la sala desde la que, a través del falso espejo, podíamos ver la mesa y la silla vacías de la sala de interrogatorio. Los dos respondieron que no querían tomar nada y que ya habían perdido demasiado tiempo. Es curioso que los jefazos de Madrid vistieran todos de la misma manera, con trajes de colores oscuros, camisa blanca y abrigo hasta los tobillos a pesar de las temperaturas de la época.
- Este es Samuel Durán, el teniente encargado del caso.
El pequeño contestó con cara de incredulidad- un tanto joven para un caso de estas dimensiones, ¿no es cierto Gutiérrez?-
- Sí señor, las circunstancias nos han llevado a poner en las manos del teniente esta investigación.
- De acuerdo- dijo el más alto- empecemos-

Unos segundos más tarde entraba en la sala de interrogatorios Jordi, escoltado por dos policías de uniforme, y Jorge Santafé.
- Espero que haya descansado y comido bien- dijo el psicólogo
- Sí, gracias – dijo Jordi con desconfianza.
- Está bien, sigamos. ¿Dónde estuvo usted el 15 de Agosto entre las 21:00 h y las 00:00h?
- Ese fue el día que mataron a Laura.- me pareció que una lágrima resbalaba por su mejilla- Estaba en el bar que hay frente a mi casa, con unos amigos jugando a las cartas.
- ¿Hay alguna persona que pueda confirmar eso?
- Sí, mis amigos y la dueña del bar. Me conoce bien.
Gutiérrez se giró hacia mí y me dijo- debe comprobar eso inmediatamente.
- Pero…- intenté captar su atención
- Shhhh, silencio – dijeron los jefazos alunísono.
- ¿Entonces usted no odiaba a Laura por abortar?- Jorge le daba una vuelta de tornillo al interrogatorio.
- Sí, la odiaba y odiaba a su familia por convencerla de que aquello era lo mejor para ella, pero no la mate.¡Lo juro!.
- Espere un momento aquí por favor- dijo Jorge mientras se dirigía a la puerta.

Un momento después entraba en la sala en la estabamos nosotros.
- Siempre es difícil decirlo con seguridad, pero este hombre no muestra ninguna de las reacciones normales de un asesino. Es cierto que los asesinos en serie son más complicados y que suelen sufrir fuertes patologías psicológicas que pueden llegar a hacer que se crean todo lo que dicen, pero éste no parece ser el caso.

Sonó mi móvil y pidiendo perdón me alejé a una esquina de la habitación.
- ¿Diga?
- Hola guapo.
- Hola Raquel- ella y yo habíamos hecho migas en las últimas semanas. Me imagino que tantas horas trabajando codo a codo engendran cariño.
- Estoy recibiendo un fax para ti.
- ¿De qué es?- pregunté ansioso.
- Es de la clínica de…- colgué el teléfono y pidiendo disculpas al jefe Gutiérrez y a los demás salí corriendo.

Cuando llegué a la mesa de Raquel ella me esperaba sosteniendo una larga hoja de papel continuo que acababa de arrancar del fax. Cogí la hoja dando las gracias a mi secretaria favorita con un gesto. Comencé a repasar la lista de empleados del sanatorio en el último año y, no me lo podía creer, allí estaba.

Me dejé caer en la silla que había frente a la mesa de Raquel y todo empezó a encajar en mi cabeza.
Dic no era una palabra completa, sino que aquella chica quería escribir Dios y murió antes de conseguirlo. La última víctima no quería la extremaunción , quería decir que su asesino había sido un cura. El padre Eneas dijo que atendía a los niños autistas los lunes y los jueves, sin embargo la última víctima murió el lunes 8 de septiembre y él estaba allí.
El padre llevaba dos años trabajando en la clínica como apoyo psicológico para enfermos terminales y, tenía acceso a los expedientes de todos los pacientes.
Pero porqué, a pesar de que la iglesia se opusiera al aborto, el padre Eneas parecía un clérigo abierto y bondadoso, no la clase de hombre que puede asesinar a alguien a sangre fría.

Raquel se había levantado y detrás de mí me abrazaba preocupada. Sentí que aquel cálido gesto me reconfortaba, pero enseguida algo me devolvió la inquietud. ¿A dónde iba el padre cuando salió de la iglesia?.

Me levanté y pedí a Raquel que llamara al hospital para pedir la lista de las últimas mujeres que habían abortado en la clínica y que adjuntaran también sus direcciones. Yo me fui corriendo a coger el coche y en el hall de la comisaría me encontré con Gutiérrez y los jefes de Madrid y les dije- Suelten Jordi, es inocente.- El jefe se quedó estupefacto y, no sé muy bien que contó a los de Madrid en aquel momento.

Mi monovolumen dejó el incógnito y la sirena comenzó a sonar mientras una luz en el techo y otra en el salpicadero avisaban a los coches que se me ponían en medio.

Tardé diez minutos escasos en llegar a la clínica y allí estaba la misma señorita que me había atendido unos días antes sosteniendo las hojas en el aire. Sin terciar palabra me puse a revisar la lista, allí estaban todas las víctimas. Había otros nombres después del de la última mujer asesinada, pero yo sabía que debía buscar a una que viviera en una zona acomodada de la ciudad, una que no tuviera problemas económicos para criar un bebé y darle un vida y una educación digna. Y allí estaba, Lidia Rivero. Vivía en la costa, en Cabo Estay, una zona de chalets y apartamentos de lujo.

La carretera estaba infestada de coches, eran las 8 de la tarde y había mucha gente que al salir del trabajo iba a la playa a disfrutar de los últimos rayos de sol, a pasear o a tomar algo a una de las terrazas que se podían encontrar en las playas. La sirena no ayudaba mucho, pero al final llegué.

Era un chalet de dos pisos con una alta verja rodeándolo, parecía que no hubiera nadie y no podía esperar por una orden de registro, así que acerqué el monovolumen y subiéndome al trecho conseguí saltar la cerca. Seguía sin escuchar nada, así que fui a la parte trasera de la casa. Todo parecía en orden excepto que la puerta del garaje estaba abierta. Entré procurando no hacer ruido, había un coche pequeño de línea deportiva y descapotable. Entonces escuché un pequeño ruido. Había una puerta abierta que trasteaba por efecto del viento. Al acercarme descubrí que la puerta accedía a la casa. Antes de entrar metía la mano en el interior de mi cazadora y saqué el arma, no sabía si iba a tener el valor de usarla llegado el momento, pero el tener que disparar a un cura me causaba mayor inseguridad.

Escuché un forcejeo en la planta superior y mientras subía sigilosamente las escaleras se oyó un golpe sordo y luego un inquietante silencio. La puerta de la que salía el ruido estaba ligeramente entornada. Con la pistola en la mano derecha y el cuerpo pegado a la pared, usé la izquierda para abrir la puerta. La puerta quedó abierta y no se escuchó nada. Siempre que había pensado en el día en que me encontrara en esta situación, había pensado que el malo estaría detrás de la puerta esperando con un objeto contundente en alto. Y así fue, el padre estaba detrás de la puerta, empujó con fuerza y mi cuerpo salió despedido contra la barandilla que me salvó de una caída de unos cuatro metros hasta el piso inferior. Me quedé aturdido y la pistola se me cayó al suelo, pero tuve poco tiempo para pensar porque el padre estaba sobre mí sacudiéndome en la cara con la tenacidad de un perro que defiende a su amo.
- ¿Porqué has tenido que seguir investigando?- gritaba sin dejar de pegarme.
Le agarré las manos durante un instante y mi subconsciente realizó una pregunta que hacía días que me martilleaba la cabeza pero que nunca había expresado en alto -¿por qué no me mató?¿Por qué?.
La cara de Eneas cambió y me dijo: - tú no has hecho nada, no has cortado ninguna raíz antes de que la planta naciera. Estas personas disponen del mejor abono y del agua más cristalina, y sin embargo destrozaron la raíz más preciosa que el señor ha creado, la raíz de la vida. Pero ahora tu estás en medio, te has puesto del lado de los asesinos.

Aproveché ese momento de pausa para asestar un golpe en el estómago al padre, que cayó al suelo sin respiración. Me quedé sentado, apoyado en la valla junto a él mientras escuchaba las sirenas y la chica se erguía dentro de la habitación con cara de pánico y estupefacción.
La miré a los ojos y le dije – tranquila, ya pasó todo-.

Unos segundos más tarde la casa estaba infestada de policías. Mientras unos esposaban al párroco, otros sacaban a la chica de la habitación que me miraba fijamente. Sus ojos me decían gracias, de una manera tan sincera que todavía hoy no los he olvidado.

Cuando se llevaban al padre Eneas, dijo unas palabras, con la voz rasgada y desafinada de un loco en busca de algo con que agarrarse a la cordura. Unas palabras que todavía escucho en mi cerebro todas las noches antes de dormir: “Las aguas del Nilo se tiñeron de sangre; pero el río las guardó en su seno para vomitarlas sobre los verdugos cuando llegara la ocasión más propicia”.

Espero que esta frase se haga realidad algún día, aunque no como la interpretó Eneas. Porque en este caso él también era un verdugo.

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